
18 Ene CUENTOS INCONCLUSOS. 2ª PARTE. ¿SOÑANDO CON FANTASMAS?
Antes de comenzar con la lectura del relato que continua el publicado aquí, te voy a pedir que pongas de fondo para tu lectura en su dispositivo ésta canción.
***
Estaba sentado en el viejo sofá del tatarabuelo, frente a la ventana de la biblioteca.
La tarde era gris, no llovía pero por el aspecto del cielo, no tardaría en hacerlo.
Silas dejó la bandeja en la mesita auxiliar y sirvió el café, largo con una nube de leche y sin azúcar.
Él no dijo nada, ni siquiera le miró.
Silas aguardó unos instantes, esperando un gesto de su señor con el semblante preocupado, los ojos húmedos de ver en lo que se había acabado convirtiendo ese hombre que lo había sido todo y ahora, se dejaba consumir encerrado entre libros día y noche hasta que el cansancio le rendía o la locura se apoderaba de él y le hacía vagar por los pasillos como si se tratase de un fantasma.
—¿Necesita algo más el señor?—preguntó Silas, con intención de arrancarle alguna palabra y certificar que aún seguía cuerdo, o al menos vivo. Aunque vivir no fuera únicamente respirar.
Las manos sarmentosas no se movían de los brazos del sillón verde con orejeras y remaches dorados.
De repente el brazo, de forma pesada, se movió sin más y con la palma abierta hizo un enorme parlamento mudo hasta volver a depositarse lentamente en el lugar que ocupaba.
Silas entendió el mensaje. Apretó la bandeja vacía contra su pecho y agachó la cabeza dando media vuelta cerrando la puerta tras de si.
Al fondo de la sala había un escritorio ricamente tallado. Tenía un cartapacio en el centro sobre el que había dibujada una carta esférica y a su derecha unas lentes gruesas, distintas a las habituales, con una montura en la que se podían observar varios cristales de distintos colores.
Folios y cuartillas desperdigados y amontonados por toda la mesa con dibujos y frases escritas de su puño y letra se distinguían hasta perderse por el suelo, en el que iniciaban un camino como el de Pulgarcito con sus migas de pan hasta el sillón verde.
Aquella figura transparente no había vuelto a aparecer.
¿Por qué no le llevaban a él también?
¿Para qué seguía siendo necesario aquí, viejo y sólo? Se preguntaba en silencio tratando de contener las lágrimas mientras contemplaba en el interior de su reloj de bolsillo, el retrato de su mujer, Valeria y de su hijo André.
—¿No ha sido suficiente sacrificio? ¿Aún quieres más de mí? Si no vienes por mí, yo sabré encontrar el camino. Ya lo hice una vez. Puedo volver a hacerlo—Gritó haciendo que sus palabras rebotasen contra las paredes de la biblioteca.
De repente, en el exterior, el cielo bramó y las gotas comenzaron a golpear los cristales de los ventanales con una fuerza que pareciera que fueran a estallar en mil pedazos.
El hombre se levantó, puso sus manos a la espalda y sonrío primero, luego rió con fuerza satisfecho.
—Eso. Llora. Llora y descarga tu ira sobre este pobre mundo. Sufre, como me haces sufrir a mí. Cada segundo que me mantengas aquí sin mi familia, serán milenios de sufrimiento para ti—y continuó riendo de forma siniestra mientras sus pasos seguían el camino de papeles hasta su mesa.
Nuevamente, un trueno hizo temblar las lámparas colgadas del alto techo iluminando el interior como si se tratase de un día de primavera.
Un libro, sólo uno, cayó desde el tercer estante de la izquierda, de la sección de filosofía.
Él miró en silencio hacia el lugar en el que había caído, pero no se movió, esperando algo más.
CONTINUARÁ…
Ahora, tú puedes formar parte de esta serie de relatos, bien en los comentarios, o bien escribiéndome un correo a jcs@jcsanchez.eu en el cual puedes decidir la suerte que correrá este personaje. ¿Dónde quieres que vaya? ¿muere, viaja a alguna parte?
Tú decides. 😉
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Patricia
Publicado a las 13:24h, 19 eneroHola Jc, yo por mi parte me decantaría por un viaje al lugar en el que quedaron atrapados sus familiares…lo que no se es si viene alguien a por él y como lo plantearías. Bueno ya nos irán diciendo.
Paula
Publicado a las 15:23h, 19 enero«That is an odd occurrence,» he thought as he walked toward the stack from which the book had fallen. «Thunder has never done that before.» Slowly he bent, feeling all of his years in the stiffness of his joints. He retrieved the book from the floor and looked at the binding with the curiosity of a child. Was this a sign for him to read «The Confessions of St. Augustine?»